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Escala de glasgow

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Un trauma craneoencefálico (identificado con la sigla TCE) se desencadena a raíz de un golpe en el cráneo que puede causar diversas lesiones. Sus síntomas más frecuentes son el dolor de cabeza, la somnolencia, las náuseas y las convulsiones.

De acuerdo a la respuesta del paciente, el profesional asigna un valor a cada parámetro. La suma de los tres valores constituye el resultado final de la escala de Glasgow. Al analizar la apertura ocular, el puntaje puede ir desde 1 (si el paciente no responde en absoluto) hasta 4 (en el caso en que se produzca de manera espontánea). En el caso de la respuesta verbal, los valores comienzan en 1 (si es nula) y llegan hasta 5 (si es orientada). Por último, en cuanto a la respuesta motora, la escala contempla valores del 1 (cuando no hay resultados) hasta 6 (la persona cumple las órdenes expresadas por la voz).

Estos criterios suponen que el puntaje más bajo que se puede obtener con la escala de Glasgow es 3 puntos, mientras que el valor más alto es 15 puntos. El paciente con menor puntaje es aquel que sufre los daños craneoencefálicos más graves. De acuerdo al resultado de la escala de Glasgow, el médico está en condiciones de indicar el tratamiento a seguir.
Años después de la introducción de dicho sistema de puntaje, se propuso la clasificación de los distintos tipos de traumatismos craneoencefálicos basándose en el grado de severidad, lo cual concluyó en las siguientes tres posibilidades:

leves, con resultados que van de los 13 a los 15 puntos,

moderados, de 9 a 12, y

severos, 8 o menos.

De esta forma los médicos pueden realizar un seguimiento más específico y ordenado de sus pacientes.
La escala de Glasgow ha trascendido su aplicación inicial para ser utilizada en la evaluación de lesiones del encéfalo no traumáticas. Esto la convirtió en una de las más usadas en el campo de la neurocirugía y muchas otras ramas de la medicina, en una herramienta útil para todo profesional de la salud.
La escala se basa en parámetros que surgen de las respuestas de la corteza cerebral y del tronco encefálico, o sea, los responsables de las conductas que tienen lugar en la vigilia, e ignoran los reflejos de las pupilas y los movimientos de los ojos. Esto generó un gran descontento en los primeros tiempos de su implementación, a lo cual se respondió que el propósito de esta medición era calcular el nivel de conciencia y no, la gravedad del daño cerebral.

Entre las aplicaciones que se fueron dando a la escala de Glasgow, se encuentran cuadros neurológicos como el Ictus y comas que no hayan sido causadas por traumas.

Sin embargo, a pesar de su amplia aceptación, su punto débil es que los resultados obtenidos dependen en gran medida del estado del paciente, quien puede estar sedado o intubado, o haber sufrido un traumatismo en la cara. En estos casos, así como en personas que se encuentren conectadas a un respirador artificial, no se recomienda su uso.
Otros factores que pueden influir considerablemente en los resultados, sobre todo de tipo verbal, son los problemas auditivos, la demencia, los trastornos de tipo psiquiátrico y las lesiones en la boca o la garganta. Más allá de todos los obstáculos físicos o mentales que se puedan interponer entre el examen y el paciente, se debe tener en cuenta la subjetividad del profesional, la cual puede jugar tanto a favor como en contra del diagnóstico, llegando a variaciones de dos puntos.

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