Farmacología Historia Química

La química vestida de bata blanca

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Llevaba el nombre altisonante de Johann Bombastus Theophrastus Paracelsus von Hohenheim. Paracelso no era su nombre propio sino más bien un título sui generis que significaba “superexcelente“. Paracelso fue un químico magnífico y la voz popular, propagándose de boca en boca, le atribuía curaciones prodigiosas, pues no sólo era químico, sino también médico.

Paracelso no era su nombre propio sino más bien un título sui generis que significaba “superexcelente

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Renaissance instruction in preparation of chemicals. From Annibal Barlet, Le Vray et methodique cours de Chymie (Paris, 1653)

En los años del Medievo se fortaleció la alianza entre la química y la medicina. En aquel entonces la química aún no mereció el derecho de llamarse ciencia. Sus concepciones eran demasiado confusas y dispersaba sus fuerzas en las búsquedas vanas de la famosa piedra filosofal.
Mas incluso embrollada en las redes de la mística, la química aprendía a curar a la gente, salvándola de graves males. Así surgió la iatroquímica o química medicinal.
Y muchos químicos de los siglos dieciséis, diecisiete, dieciocho se llamaban boticarios y farmacéuticos, a pesar de que se ocupaban de la química de pura ley, preparando diferentes drogas y brebajes, curativos.
Aunque, a decir verdad, los preparaban “a tientas” y no siempre estas “medicinas” eran útiles a la gente.


Title: Paracelsus , 1862–1862 Artist: Sebastian Stief (1811–1889)

Entre los “boticarios” Paracelso era uno de los más destacados. La lista de sus medicinas incluía ungüentos mercúricos y sulfúricos (a propósito, hasta ahora se emplean para el tratamiento de enfermedades cutáneos), sales de hierro y de antimonio, distintos jugos vegetales.
Al principio, la química sólo podía dar a los médicos substancias que se encuentran en la naturaleza y, además, las daba en cantidades muy reducidas. Para la medicina esto era poco.
Si hojeamos las guías farmacéuticas modernas, veremos que el 25% de las medicinas son, por así decirlo, preparados naturales.
Entre éstos figuran extractos, infusiones y tisanas hechos de diferentes plantas. Lo demás son substancias medicinales sintetizadas y desconocidas en la naturaleza.
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Me consta porque así me lo confesó el mismo, que asistió a media docena de universidades y ninguna le convenció. Los profesores se le antojaban ignorantes, pedantes y cretinos. Y así se lo hizo saber a cuantos tuvieron el valor de admitirlo en sus aulas.
Pese a todo, se licenció a los diecisiete años en la universidad de Viena, y cuatro años después obtuvo el doctorado en la de Ferrara, una de las pocas de Europa que osaba rebatir comedidamente la medicina tradicional.
Fue ahí, en una taberna de estudiantes de esta ciudad italiana en donde lo vi por primera vez.  Y debo admitir, que su discurso, aunque empañado por los vapores del vino, me cautivó. Se sentó a mi lado, y tras presentarse con aquel grandilocuente apodo. Lanzó una memorable diatriba contra quienes defendían aún, y eran muchos, el viejo dogma de la influencia que sobre el cuerpo humano ejerce la arbitraria posición de las estrellas. Me conmino a ignorar a los sabios encumbrados en un universo estático e irreal. Y aprender de quienes a fuerza de vagar por el mundo. Tienen los pies sobre la tierra. Nómadas, fugitivos, comadronas, gitanos y curanderos.

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